domingo, 10 de agosto de 2008

Gata muerta



Lo había estado pensando todo un día, y las noches, que fueron incontables. Se decía, todas las mañanas que “ya, hoy será el día”. Sufría entonces la angustia del rechazo, el miedo inmediato, terror quizá incomprensible. Y pasaba el tiempo, ella sumida en su propia pequeña orbe mustia y sombría, no encontraba aún las palabras exactas para tan gran empresa, llamarla cruzada. El desespero crecía como flor primaveral, hojas hermosas llenas de abatimiento. Lo había imaginado, cierto, tantas veces. También soñado fue aquel momento, minuto jamás acontecido. Si acaso vivía como en otro lugar, no aquí como nosotros, tuviera también un tiempo distinto. Pero decirlo con nitidez, años habían pasado. En las tinieblas de su nervioso cuerpo seguía prosperando el germen del resentimiento. Un día sin embargo su corazón ceniciento que existía solo por el mínimo latido de amor febril, llamó a su dueña, le indicó que “ya, hoy era el día”. Y marchó ella, al encuentro temido, al encuentro deseado.
Timbró en la puerta de aquel que apetecía ferozmente. Tembló al verla, sus ojos, los de ella, como de tigre acosando su presa. Su boca, dispuesta a morder. Sus manos convulsas… Uñas largas, afiladas. Se asustara él, cerró la cancela de golpe rápido, gritándole espantado. Fue llamada bestia ella.
Lo que antes ceniza, era ahora carbón inexorable. El alma desgarrada quería ver rojo río en cauce… Se había convertido, indudable, en una fiera rabiosa. Clavó sus garras en su ya antes muerto corazón, retorcía sus dedos para romper las últimas venas, que solo llevaban fuego as su paso. Y cayó, como no posible de otra manera, al suelo frío, gata muerta.
¿Pero acaso animal puede morir de amor?

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